Hace más
tiempo del que me gustaría que no escribo en este blog por diversos motivos,
pero he decidido escribir de nuevo para compartir con vosotros una reflexión
que, a mi parecer, merece la pena una entrada. Hace pocos días se puso en
contacto conmigo una agencia de
traducción de España (de cuyo nombre no quiero acordarme) para preguntar
sobre mi disponibilidad para un proyecto de traducción de inglés a español.
Haciendo un
cálculo rápido, se trataba de traducir un texto técnico a una velocidad de 5.000
palabras al día. Como he dicho en otras ocasiones, creo que la velocidad a la
que traduce cada traductor es algo muy personal pero en mi caso, sé que
traducir 5.000 palabras al día de un texto técnico de inglés a español me
comportará jornadas de más de 8 horas.
En otro tiempo
me hubiera dejado deslumbrar por el volumen del proyecto. Hubiera realizado el
cálculo y me hubiera dicho que por un proyecto de tantos euros merece la pena
luchar, ¿verdad?. Creo que eso forma parte de la primera táctica de negociación.
Con la zanahoria (un proyecto de gran volumen), ¿quién no está
dispuesto a tener más flexibilidad?.
El correo
electrónico finalizaba con esa frase que tanto nos gusta a todos los
traductores profesionales: “si está disponible le ruego nos envíe lo antes
posible su mejor tarifa para agencia de
traducción“.
Amablemente
respondí a la agencia de traducción que para realizar un presupuesto de la
traducción y poder calcular el plazo de entrega necesitaba ver el texto. El Project Manager intentó persuadirme de
que acordemos unas tarifas de entrada. Dijo que ese es el método de trabajar
con todos los proveedores, asegurando que “Según
nuestra normativa interna, las tarifas no se modifican en
función de la dificultad de cada proyecto en concreto sino se acuerdan como tarifas definitivas en
el inicio de nuestra colaboración tanto con los clientes como con los
proveedores.” ¿Os
imagináis esto en cualquier otra profesión? Sería fabuloso llevar el coche al
mecánico y que te costara lo mismo la revisión anual que cambiar las cuatro
ruedas, los amortiguadores y la batería. Pero esto no ocurre en la vida real,
¿verdad? No veo por qué los traductores deberíamos realizar este tipo de prácticas.
Además,
respecto a la necesidad de ver el texto, me comenta que “trabajamos principalmente con las
traducciones técnicas con lo cual la dificultad es siempre la misma: la única diferencia sería la temática
de cada traducción”.
En
definitiva y llamando a las cosas por su nombre, la agencia de traducción
me estaba diciendo que me va a enviar un texto de gran volumen (lo que
justifica una tarifa más baja) porque además, aunque sea técnico, no es difícil,
no me va a costar nada.
Claro, lo
mismo es una traducción técnica que otra, la temática de cada traducción es lo
de menos. En fin, como comentaba, ahora tengo la distancia suficiente como para
juzgar lo que particularmente me interesa y lo que no. Yo sé lo que es traducir
un manual de maquinaria agrícola en plazos imposibles o textos del sector
ferroviario en los que una palabra te puede llevar horas de investigación y no
valen soluciones rápidas o aproximadas, porque si uno quiere hacer bien el
trabajo tiene que entender de lo que se está hablando. En ese
sentido ya he caído antes en este tipo de artimañas y, personalmente, puedo
decir que para mí no merece la pena.
Dicho todo
esto, no juzgo a los colegas que se ofrecen para este tipo de trabajos. Si
fuera ingeniera y tuviera que hacer traducciones del sector puede que fuera más
susceptible a aceptar determinadas tarifas porque una traducción de “lo mío” no
me cuesta tanto como a alguien que no está especializado. Igualmente, pienso
que si has invertido el suficiente esfuerzo y tiempo en especializarte en algo
tan técnico y difícil lo mínimo es cobrarlo.
Finalmente,
la agencia de traducción me comenta que, además de la prueba de traducción (que
no dice si es pagada o no) hay que dominar un programa que utilizan en la empresa,
con lo cual, además del tiempo dedicado a traducir textos técnicos de cualquier
temática tienes que prever el tiempo que tardarás en asimilar un programa nuevo
de traducción asistida.
La tarifa
que me “proponen” es de cinco céntimos en la combinación inglés>español.
Esa es la forma de trabajar de esta agencia de traducción y como me comenta el
gestor, tarifas fuera de este margen “no
son competitivas“.
En fin,
queridos colegas de profesión, ahí os lo dejo. Me parece que cinco céntimos por
una traducción técnica de estas características no es lo adecuado. Tal vez
porque valoro en demasía nuestra profesión, porque pienso que un traductor que
ha invertido en los idiomas y en adquirir ese tipo de conocimientos técnicos es
un profesional que merece una retribución por sus esfuerzos y que
verdaderamente está aportando un valor añadido. No somos máquinas y a quienes
nos gusta lo que hacemos tratamos con cariño y cuidado cada una de “nuestras
obras”, pero los primeros que tienen que valorarse son los traductores mismos
así que si tengo que terminar esta entrada con un deseo: os desearía que en vuestra
carrera profesional tuvierais la posibilidad de escoger y saber ver cuando os
están tomando el pelo.
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